MADRID
El drama o la dicha de cumplir 80 años

Quien esto escribe, hoy cumple nada más y nada menos que 80 años, una pasada. Algo que sabes que va a llegar, si es que tienes la suerte de que llegue, aunque en todo caso lo ves como muy lejano. Pero hoy por fin ha llegado y quiero expresaros lo que siento de forma esquemática.
¿Drama? ¿Dicha? Depende de cómo lo mires.
Cuando tienes 20 años, estás de cine; puedes con todo y ahí me las den todas. Al cumplir los 50, te empiezas a preocupar; aparecen las primeras o segundas canas y te das cuenta de que ya no eres un crío. Pero a los 80, ¡ay, los 80!, qué queréis que os diga. Tienes el pelo de color ceniza (también si tienes la suerte de tenerlo), te conoces y te conocen en la mayoría de las farmacias de tu entorno, y el tema no está para demasiadas bromas.
Ahora bien, hay que tener moral, mucha moral. En el argot ciclista se diría que ahora me tocan correr las últimas etapas de esa Gran Vuelta Ciclista que es la Vida. No obstante, de lo que estoy seguro es que pondré todo mi empeño para estar siempre con los mejores del pelotón e incluso, si me dejan, en ganar alguna etapa, y si es en la cima del Tourmalet, mejor.
A mis hijos siempre les he dicho que la vida es una sucesión ininterrumpida de viñetas. Unas buenas y otras no tanto. Nos acordamos de muchas (las más importantes) y las demás las hemos olvidado. ¿Quién no se acuerda de aquella viñeta, con el cura por testigo a los que nos casamos por la Iglesia, de las solemnes palabras “en la salud y en la enfermedad” y “hasta que la muerte nos separe”?
Yo la recuerdo como si fuera ahora, con la carne de gallina delante de don Demetrio Pérez, presbítero de la Iglesia de San Saturnino de Pamplona (donde me bautizaron), porque, aunque me casé en Valencia, me llevé un cura pamplonica para que nos casara, dado que uno de mis múltiples defectos (para mí, virtdes) es que me considero y ejerzo de navarro como el que más.
Al año de casado (como Dios manda) vino nuestra primera hija. Yo quería que hubiera nacido en Pamplona, y mi mujer también, porque he tenido la suerte de que a lo largo de nuestra convivencia me ha apoyado en todo. Incluso ya habíamos hablado en Pamplona con el famoso médico Julián Alcalde para que así fuera.
No obstante, no pudo ser; el ginecólogo que atendía a mi mujer en Valencia exageró la nota; nos acojonó diciendo que, si queríamos que mi hija naciera en Pamplona, fuéramos en el viaje con las “herramientas” para el parto, porque lo más probable es que mi mujer diera a luz en el camino. Para mí que lo que le dolía era perderse las 20.000 pelas que entonces cobraba por parto. Es el lado materialista de la vida.
Pero no pasa nada, no fuimos a Pamplona. Tengo seis hijos como seis soles, de los cuales cinco son valencianos y una, madrileña; y viva la madre que parió a los seis. De los seis, tan solo dos son funcionarias: la mayor, Verónica, actual Secretaria Coordinadora Provincial de Madrid del Ministerio de Justicia, y la pequeña Pilar, la madrileñita, Interventora del Ayuntamiento de Salteras (Sevilla).
Toda mi vida la he dedicado a la preparación de oposiciones. Por exigencias profesionales, hace 35 años me vine a Madrid y sigo en activo. Si en aquellos momentos hubiera existido Internet, habría seguido en Valencia. Es, si no la más, una de las ciudades con mejor calidad de vida de España. Y los valencianos son el copón de majos.
He tenido miles de alumnos, muchos de los cuales está jubilados y mantengo con algunos de ellos cordiales relaciones por Internet. E incluso hace una semana vino a verme a Madrid, con su mujer, mi exalumno Amadeo Peris, que hace más de 45 años sacó el número 1 de España en la oposición de Aduanas. Un tipo inteligente donde los haya. Comimos, bebimos y pasamos los dos matrimonios un día de cine.
Ni ahora ni nunca he querido colgarme medallas. De hacerlo, podría enumerar a muchos de mis alumnos que obtuvieron el número 1 en su oposición, como lo hacen algunos de mis competidores, incluso sacándoselos de la manga.
Únicamente quiero aprovechar la ocasión para glosar precisamente lo contrario: a lo largo de mi carrera profesional, la mayor injusticia que se ha cometido en una oposición fue en Valencia, en una oposición a la Caja de Ahorros a finales de los años 70. Aprobaron muchos de mis alumnos, pero a una de las mejores alumnas que todavía recuerdo su nombre, la economista Pilar Carbonell, y que desde entonces no sé nada de ella, la suspendieron por un imperdonable error de quienes propusieron el examen. El examen fue tipo test, pero la pregunta más difícil del examen, la de un supuesto de Contabilidad, estaba mal resuelta; es decir, ninguna de las respuestas posibles era la verdadera. Ella perdió mucho tiempo con tal pregunta, hasta el punto de que discutió con toda razón con quienes se encargaban de vigilar el examen, diciéndoles la verdad, que ninguna de las respuestas era correcta, pero fue inútil. Por esa razón no tuvo tiempo de terminar todas las preguntas del examen, mientras muchos opositores (que no sabían hacer la O con un canuto) no perdieron ni un minuto en tal pregunta. La pregunta fue finalmente anulada, pero la pobre Pilar se quedó sin la plaza que merecía.
Termino: sé que hoy recibiré numerosas felicitaciones de gente que me quiere. Muchas gracias a todos. Ahora bien, lo siento por algunos de vosotros, sobre todo para los que estáis laborablemente en activo. Ayer me llamó por un tema de oposiciones una persona del Ministerio de Seguridad Social. Hablamos de ello y me preguntó cómo me encontraba. Le dije que contentísimo y en plena forma, currando a tope, como siempre, y con la moral por las nubes. Lo que no me esperaba fue su contestación: me dijo que, ante ello y por mi culpa, le iba a decir al Ministro, José Luis Escrivá, que proponga en Consejo de Ministros retrasar la edad de jubilación a mi edad, a los 80 años. Así que (esto va para los jóvenes) menos rollos y a trabajar contentos. ¡¡Flojos, que sois unos flojos!!
Miguel Ezcurra